Ahora en casi todo el mundo puede verse la barbarie que ocurre en la capital de EEUU, la supuesta democracia ejemplar del mundo. Se destaca, creo yo interesadamente, que al final la fortaleza del sistema democrático ha prevalecido sobre los vergonzantes acontecimientos. Los analistas más templados advierten que los males ocasionados por el liderazgo xenófobo, fascista, machista, arrogante y mentiroso, entre otras características, de Trump, ha dejado tras sí una fractura social peligrosa. Así que, pese a ese forzado optimismo, la democracia ha quedado tocada. Lo peor es que el estigma ha superado EEUU, para extenderse en países como Brasil, Hungría, Italia y España entre otros. En los mismos han proliferado la ideología, el proselitismo y los modos del peligroso presidente yanqui, que por aquí viene sugiriendo su colaborador Steve Bannon. Por ello que convendría hacérnoslo mirar por dónde se ha propiciado el mal y la semilla que ha llevado a esa sociedad lastrada por la violencia y el enfrentamiento en dos mitades. Como hemos podido ver, parte del partido republicano ha ido abandonando de manera gradual-esperemos que creciente- tal actitud cuando la cruel realidad ya no se puede ocultar. Lo triste es que el mal estaba ahí y que, como aquí, grandes multitudes por distintos motivos se han dejado seducir. Veamos cómo.

Digo arriba, y mantengo, que el origen está en la mentira, y alguien me dirá que es una exageración y que no puede ser tan así en un país democrático. Creo que cuando falla la verdad, falla la opinión personal, falla la convivencia y falla la democracia. En el propio Capitolio y aquí en la Puerta del Sol, por poner unos ejemplos, hemos visto a Trump y a Ayuso tratando de hacernos comulgar con ruedas de molino. Alimentado con las falsedades electorales o con el número de vacunas, el bando partidario acrítico de cada cual las acepta como verdad. La explicación viene de lejos. Aparte de la querencia o simpatía propia, la ingenuidad lleva a alguien a pensar “si esta persona lo dice así y lo publica la tele, algo de razón llevará”. Y es que la magia de los medios de masas sigue manteniendo para estas personas el prestigio que van perdiendo a menor ritmo del deseable. Voy a poner un ejemplo que quizá sirva al amable lector. Hubo una rueda de prensa en la que al dar resultados de las elecciones, las televisiones allí presentes dejaron de atender a Trump cuando éste calló ante la petición de pruebas de lo que decía. Allí, una tras otra todas las cadenas, hasta Fox New, la más favorable al propio Trump, cortaron su emisión. Excepcionalmente, en esa ocasión los medios de información cumplieron con el rigor periodístico sobre veracidad, que debiera ser habitual. Esa ética periodística que va a menos en las grandes empresas de tv, radio y prensa, lo que propicia la desinformación con medias verdades, bulos y mentiras completas. Desinformación que venía permitiendo los abusos de Trump y de bastantes más personajes en infinidad de lugares. Lo prueba el mandamás de las plataformas Facebook e Intagram, Zúckerber, al decir “En los últimos años hemos permitido al presidente Trump usar la plataforma de acuerdo con nuestras propias reglas, en ocasiones eliminando contenidos o etiquetando sus publicaciones cuando violan nuestras políticas. Hicimos esto porque creemos que el público tiene derecho al acceso más amplio posible al discurso político, incluso al discurso controvertido. Pero el contexto actual es ahora fundamental diferente, lo que complica el uso de nuestra plataforma para incitar a una insurrección violenta contra el gobierno elegido democráticamente”. Como podemos ver el derecho de expresión queda en manos de tecnócratas a la orden de alguien como Zuckerberg, dueño de unos 100.000 millones de dólares tentado a aumentar su propio beneficio. Con esa información, mucho hay que mejorar para tener una opinión pública que apoye una verdadera democracia, que no sufra los riesgos y daños de hoy en EEUU o en cualquier país como España.

Hablando de España, venimos sufriendo una crispación en que, con insulto, acusación infundada y la mentira a medias o desnuda, se sigue la conducta de Trump. Ante esa denostada crispación la ciudadanía ha de dar un paso más: distinguir entre la verdad y la mentira interesada, compartiendo los hechos reales e innegables:*Aquí hay un gobierno elegido democráticamente que parte del parlamento, despreciado y denostado sin tregua.* La pandemia este gobierno la ha afrontado con errores como la mayoría de países democráticos siguiendo las indicaciones de los expertos, en lugar del desacuerdo con los expertos como Trump o Balsonaro. *Se declaran constitucionalistas quienes no aceptan el reflejo del Parlamento en los organismos estatales como el Poder Judicial, el Defensor del Pueblo, el Consejo de RTVE y otros, ya con dos años de retraso. *Otros acusan de enemigos de la Corona y no constitucionalistas a quienes denuncian el mayor desprestigio de la monarquía en la persona que con su corrupción lo venía originando.* Se invoca la Constitución, por parte de militares deseosos del asesinato de millones de españoles, para atacar al gobierno elegido democráticamente. Puede haber algunas más verdades más que, quizá con ligera precisión, debiéramos compartir el conjunto de la ciudadanía para mantener el rigor como tal.

Lo creamos o no, la democracia no avanza sin demócratas. Hay ocasiones en que hemos de afrontar la realidad como decía Albert Camus, “mirar para otro lado cuando hay un conflicto social nos hace también responsables del mismo”. No vale decir que son cosas de políticos. Hemos visto a donde ha llevado Trump a EEUU. Allí ya había un país dividido en dos desde hace décadas en cuya memoria también bulle una pasada guerra. Lo que él ha hecho es exacerbarlo desde su sectarismo. En ello han jugado, además de instrumentos como los medios, ese y ese dejar hacer de que “no hay verdad y todo es relativo”. Esa estrategia para confundir a la ciudadanía hasta hacerla descreída y propensa para el desastre como el vivido estos días. Qué podrá hacer el nuevo gobierno de Biden para superar tal división, si quienes no han mostrado su criterio ante los despropósitos no se prestan a hacer una oposición constructiva. Hay aquí elementos suficientes que exigen también replantearnos la calidad y aspectos mejorables de nuestra convivencia y democracia más asentada.