Vicente va donde va la gente, es la manera más sencilla de negar que la persona por separado no tiene criterio propio y que más bien se deja llevar por el gentío. Planteado del revés habría que reflexionar sobre si se respeta como se debiera a quien con respeto defiende su propia opinión aunque esta difiera de la mayoría. Se dice que eso es la democracia más o menos completa. Viene esta cuestión al referir el suceso del pasado 23 de febrero al celebrar aquella fecha por el fracaso de del Congreso de los Diputados. Pienso sobre ello, un poco a toro pasado como creo que conviene rumiar los hechos históricos para ver si lo son tanto y si los motivos son exactamente así. Digo que hay que valorar con rigor, no sea que la parafernalia o la unanimidad de quienes mandan nos impongan como verdad indiscutible algo que, mirado de otra forma, es opinable. Ese es lo que le ocurrió al señor Iglesias, vicepresidentes segundo del actual gobierno y líder de U. Podemos. Todas las voces que desde el primer día mostraron su desacuerdo con el gobierno de coalición con la presencia de dicho vicepresidente. Pues bien ese día 23 tenía que aplaudir todo el mundo y más todo el gobierno. Sí, esa unanimidad que luego se desdice en la calle con el populista de “todos y todas son iguales”. Qué importa que el líder de un partido lo represente cual dice ser, sin omitir el debido respeto. Hay, además de esa borreguil obligación de aplaudir, otras razones que, como tantas, no se le aceptarán a los “comunistas malos” que, pese a lo que dicen los “constitucionalistas” de nuevo cuño, ayudaron a la Carta Magna. Veamos el conjunto de acontecimientos en un contexto más completo.

Aquel día Felipe VI vino a enaltecer la actitud del rey emérito durante la asonada militar, para que de esa manera se mejorara la imagen del causante del mayor desprestigio de la monarquía. Se dice que para lo malo sólo se enjuician a las personas pero se defienden las instituciones. Claro que, aunque se va soltando lastre de las fechorías del emérito, éstas se tratan de tal modo que el pueblo tiene derecho, y lo hace, a decir que no toda la ciudadanía es igual ante la ley. Todo ese bloque que de manera unánime aplaudía y exigía aplaudir, ya graznaba ante el nuevo pufo del emérito. Pero claro, ya lo explicaba con claridad la ministra Robles: “Si es verdad pero yo me quedo con el del 23F”. Esta señora haría bien en no cantar la gallina con tal descaro, porque deja mucho que desear como responsable de la defensa en la que sigue saliendo demasiado ruido de sables. Cada vez que hay una desvergonzada actitud de militares como la amenaza o deseo de muerte a muchos millones de personas, dice que eso son cosas de pensionistas o hechos aislados. Cuando se le manifiesta, que los hay en activo se repiten similares proclamas, calla. Eso sí, manifiesta que nuestra democracia es de la “mayor calidad”. Y es que ese estado de cosas, todos los días da la razón a quienes dudamos de que aquella noche se afianzara la democracia tanto como se predica. Pese al secreto sobre el hecho, no se puede ocultar que sería el general Armada, preceptor militar del emérito, quien acudiría al Congreso como hombre fuerte de la asonada. Mírense bien las penas cumplidas por los implicados aquel 23F.

Así que ni todos y todas somos iguales, ni se debe obligar a españoles y españolas a aplaudir ni a pensar como la señora Robles a quedarse con el emérito salvador de la democracia que ella dice que hay hoy en España. Bien haríamos todas las personas de este país, desde la ministra hasta la más humilde en dignificar a España y sus instituciones. En concreto la Corona, bien harán sus partidarios, a pesar de lo que viene ocurriendo, reprimiendo la corrupción que de la propia realeza emerge.