Dice Jose Mª Castillo, un gran teólogo español: “La radicalidad del Evangelio, en el mensaje de Jesús, sigue sin entrarnos en la cabeza”.

A comienzos del siglo III, un directorio litúrgico y canónico, La Didaskalía, decía: “Cuando la comunidad eclesial está reunida y no queda ni un asiento libre, si entra un pobre, que el obispo se levante de su silla, que se coloque allí el mendigo y el obispo se siente en el suelo”. Como se ve, el radicalismo de Jesús duró poco en la Iglesia, pues a partir del sigloIV, los pobres volvieron a su sitio, el último; y los notables ocuparon su sitio preferente.
Así están las cosas para esta pobre Iglesia, que para tener un futuro evangelizador, tendrá necesariamente que morir para nacer de nuevo, porque para muchas gentes del “mundo eclesiástico”, los pobres son vistos como un peligro para la Iglesia Oficial.

La vida de Jesús fue la de un pobre que vivió entre los pobres. Así lo entendió Juan XXIII, el papa bueno, cuando empezó a hablar de la “Iglesia de los pobres”.

Aquello no gustó a algunos y se sabe que hubo profesores de teología que se reían literalmente de aquella expresión del pontífice.

Este concepto de Iglesia de Juan XXIII, molestó y desagradó a muchos, porque un Jesús que viene del cielo es un Jesús admirable, sublime, pero un Jesús que viene de los pobres, ni admira, ni sublima, sino que nos cuestiona toda nuestra vida y nos plantea muy serios interrogantes.

Pero la cosa se complicó bastante más cuando en la década de los 60, aparece una teología, una manera de ver a Dios que coloca a los pobres en el centro mismo del universo eclesial, porque la teología, nunca se ocupó de ellos, nada más que de los ricos, los bien instalados y que las clases medias de la Iglesia, pensaran la cantidad de limosna que se debía dar a los necesitados para que sus conciencias quedaran tranquilas por ser “generosos” con los más desgraciados. Cada familia adinerada tenía y tendrá su lista de pobres.

Pero cuando hoy, por primera vez en la historia, la teología se atreve a decir que los pobres tienen la palabra definitiva en el mundo de Dios, para que desde esta pobreza sea replanteado con autenticidad el mensaje evangélico, se organiza el gran escándalo en los ambientes eclesiásticos: el Vaticano se preocupa, monta en “cólera espiritual”, lanza los más tremendos bombardeos contra esta teología que rezuma fragancia fresca para el pueblo de Dios, con condenas y sanciones a los teólogos más avanzados, acusándolos de dividir la Iglesia con esa teología perversa. Quizá recuerden las duras críticas, las condenas y sanciones de la Conferencia Episcopal a teólogos españoles, como Juan A. Estrada, José Mª Castillo, Benjamín Forcano, González Faus etc., muchos de ellos apartados de sus Cátedras de Teología, con la prohibición de enseñar.
Recordemos el tremendo obús lanzado en la línea de flotación a la Iglesia alemana (dirigida en muchos casos a teólogos como Hans Küng), por el cardenal Joseph Ratzinger, (Papa Benedicto XVI). Esto sólo en la Europa de la libertad. Pero este Papa que se nos fue, Juan Pablo II, tampoco estaba en la línea de crear de una nueva Iglesia desde el frente de los más desfavorecidos, para que el mensaje de Jesús nos llegara. De poco le sirvió los millones de Km. recorridos. Sólo preocupado por dos o tres cosas que han servido para definir su pontificado: el rechazo visceral al socialismo; una espiritualidad, basada exageradamente en la figura de la Virgen María, (que siendo importante, importantísima, como Madre de Jesús, no es el eje fundamental del Evangelio); y una pastoral cuyas llamadas a la castidad y contraria a los métodos anticonceptivos, no ha resuelto el hambre, la miseria y el sufrimiento de los millones de seres humanos del África que ha visitado.

Un “Abrid vuestros corazones a Cristo”, decía Juan Pablo II, es un mensaje vacío, si no explica que ello debe hacerse desde una opción de compromiso y de trabajo y entrega por la justicia para este mundo.

La llegada al papado de Benedicto XVI, no supuso una bocanada de aire fresco para una Iglesia esclerotizada que sólo se contempla a sí misma, sino un retroceso al siglo XIII, sabedores también que durante muchos años Benedicto, cuando era cardenal, fue la mano derecha en la sombra, con una exageradísima influencia en Juan Pablo II.

Miro con dolor esta Iglesia, porque me siento cristiano pero no la reconozco. Tendrá que morir definitivamente para nacer de nuevo, con un mensaje de Autenticidad, despojándose de sus riquezas y limpiando sus pecados para seguir al Maestro al que predican.
Aquellos, instalados en grandísimos palacios, con un valor histórico, patrimonial y un lujo que produce naúseas, son muy sabedores de lo que significa esta escandalosa y pecaminosa forma de difundir el mensaje del Nazareno, ya que en ello no se da la frase ya citada “Abrid vuestros corazones a Cristo”. Mientras, olvidándose del hermano que sufre.

Después de Benedicto, llegó el Papa Francisco, cambiando todo lo que puede y dando auténtico testimonio de Jesús, de su Vida y su Mensaje, pero no hacen más que colocarle palos en las ruedas.

El imaginario colectivo pensaba que el Papa Francisco duraría poco, como duró Juan Pablo I (33 dias), pero Francisco de momento les está durando más de lo que muchos quisieran.

Qué duda cabe de la entrega de religiosos y seglares para con el tercer mundo, pero estos cristianos que dan su vida por sus semejantes y actitudes como la del Padre Angel son en los que se apoya el poder eclesiástico para justificarse.